Tres dias a la semana me despierto, salgo de casa, siempre paraguas en mano, atravieso la alameda y llego al Franco. Cruzo el largo camino de piedra mojada, que se va encharcando cada vez mas por las incesantes gotas de lluvia. Atravieso la catedral y bajo una larga cuesta hasta llegar a mi facultad empapada de arriba a abajo, estornudando y con el paraguas roto.
Los otros dos dias restantes me despierto a mediodia con miles de pinchazos en la cabeza recordandome que Santiago es tierra de estudiantes también por la noche.
Es entonces cuando realmente me doy cuenta de que vuelvo a vivir en tierras compostelanas.