El chico es tan desastre que tenía el espejo retrovisor pegado al coche con cinta de carrocero. En realidad, no le importaba lo que pensara nadie, ni la guardia civil metida en sus trajes de color verde pistacho, que recibía su mirada sonriente mientras apuntaba con el dedo índice la parte superior del cristal delantero.
En los asientos traseros, forrados de felpa, descansaban aparatos tan extraños como secadores de pelo importados de américa y una de las primeras televisiones que vinieron al mundo.
Seguramente, algún día, toda esa maquinaria, incluído el coche, acabará pintado de azul, amarillo y magenta.