Me siento en el muelle y huele a
salitre. Mis pies cuelgan sobre el agua y apoyo mientras los brazos
en la barandilla para no caer. Está sucia y teñida de verde musgo,
apenas se ve la superficie pero, aún así, aclara mis ideas. Hay
mucha gente que ha venido a lo mismo que yo. Veo a un chico mirando
hacia la nada, pensativo e inmerso en no sé qué pelea interior que
parece quitarle el aire. Cierro los ojos y pienso. Las piernas me
traen siempre aquí cuando me angustia el paso del tiempo y, a veces,
escribir no es suficiente cuando hay tanto de qué liberarse.
Venir aquí me recuerda que el tiempo
no es lineal, que a veces puedo volver atrás y adelante sólo
activando la memoria. Vuelven los días que pasé caminando de la
mano con mis padres, cuando la propia vida no había barrido aún mi
inocencia y no sabía que mi misma existencia iba a ser de por sí un
conflicto. No conocía aún la dulce tristeza de un recuerdo ya
intangible, o la ansiedad del tedio porque los juegos infantiles no
bastan ya para llenar velozmente los dias. No sabía que en realidad
las historias que nos vendía Disney eran sólo ficción, que ni los
besos te devuelven a la vida ni se muere tampoco por amor.
En mi mp3 canta Bob Dylan, y me dice
que la respuesta está flotando en el viento, aunque no sé muy bien
qué es lo que me pregunto, ni siquiera recuerdo ya por qué me he
sentado aquí. Supongo que la resaca siempre alimenta mi locura y me
nubla la vista, aunque siempre deja un poco de mi para que no me
pierda. Me gusta, en el fondo, esta especie de letargo en el que me
sume el desconcierto, abstraída. Lo que queda de mí es lo que está
mirando el muelle, pero hace tiempo que yo ya me he ido. Cuando me
evado no soporto lo terrenal y me resulta difícil lidiar con el
mundo.
Pero no importa, porque siempre podré
volver para dedicar media hora a esa parte de mi que no encaja en la
comodidad de lo cotidiano y que me aprieta a veces por dentro para
recordarme que no me olvide de que tengo un gran odio, hasta el punto
de que me desborda del pecho, a esa puta manía del tiempo de girar
en círculos, de primavera a invierno, haciendo que me parezca
siempre volver al mismo punto en el que siempre he estado.
Pero como hay cosas contra las que una
no puede luchar, me pondré el disfraz de banal, el de vivir con calma, el de
nadar a favor de la corriente, y en cinco minutos me levantaré y
actuaré como si esta media hora conmigo no hubiera existido.