Si me preguntaras por qué nadie habría de querer saltar al vacío por alguien como yo, no sabría responder. Alguien cuya inquietud hace su movimiento tan constante que no podría asegurar que estará ahí abajo siempre para amortizarte la caída. Alguien que destierra de antemano lo que no está destinado a ser o quizás esperando que, si es, acabe por volver pero poniéndole piedras en el camino sólo para hacer la vida un poquito más interesante.
Puedo contestar que, aunque no lo parezca, yo también camino cuesta arriba. Que tengo muchas veces esa sensación de cuando sueñas que gritas pero no tienes voz y por más que te esfuerces sólo sale aire y nadie te escucha. Que en esta vida que he elegido, en la que todo es provisional, no existe el tiempo y aunque eso pueda parecer un privilegio, se vuelve contra mi cuando me deja atrapada entre fronteras, entre lo que era, lo que soy y lo que quiero llegar a ser, porque el «lo que seré» aún no está definido y si hay una razón por la que no creo en el destino es porque me gusta pensar que siempre estoy a tiempo de cambiarlo.
Pero confío siempre en que, mientras estoy entre esas paredes, el mundo ahí fuera sigue igual, que todos siguen teniendo en su mente la imagen de mi, olvido a veces que para ellos el tiempo si existe y el espacio también - sobretodo mis distancias-. Y eso, esa diferencia en la percepción de unos y otros es lo que hace difuminar esa imagen y el arreglo, si lo hay, cuesta un precio muy alto, sobretodo porque posiblemente sea yo quien ha cambiado.
Salta sólo si llegas a verme, además de mirarme. Si llegas a entender que a pesar de perderme y reencontrarme continuamente y pasar la vida entre estas idas y venidas, me aseguraré de dejar un colchón de freno, por si me encuentro ausente buscando situaciones que no me hagan llegar en círculos siempre al mismo lugar, probando especias que despierten partes de mi paladar que no sabía que tenía, aprendiendo idiomas con los que hablar de sentimientos para los que hasta entonces no tenía palabras, para así poder vivir otras vidas. Sigue mi wanderlust y si te cansas, quedémonos en cama un domingo de grasse matinée. Volveré, como siempre lo hago, contando historias de personas que visten como quieren allá donde a nadie le importa un bledo, y de los atardeceres en el desierto del Sahara. Te repetiré la historia de la azafata de vuelo que en diez minutos pasó a ser alguien a quien recuerdo con frecuencia y la de la chica del violín a quien me crucé cuando iba sola por Bratislava y me acompañó el resto del viaje y de todos los viajes que haré.
No saltes si quieres escuchar todas mis memorias, no lo hagas si tienes interés en ver la sonrisa que se me pone al escribir esto y darme cuenta de por qué sigo atravesando al año unas seis puertas de embarque. No lo hagas, correrías el riesgo de que se convirtieran en tus historias también.