¿No te
resulta difícil cambiar de vida? ¿No te preguntas cómo sería tu
vida paralela? Me preguntaba ella, una de ellas, de las que hacen que
ir a trabajar no sea una carga. Pensaba mientras hablábamos en
aquelarre, a veces para emocionarnos y otras para reírnos hasta
llorar. Me hacía esa pregunta suponiendo que iba a entenderla,
porque yo también he hecho y re-hecho las maletas una y otra vez.
Imaginaba su vida en Roma, con su núcleo duro, probablemente
compartiendo un par de copas. Bruselas, con el que creo ha sido el
amor de su vida, Madrid, casa, el calor de los padres por los que hoy
deja caer una lágrima. ¿Dónde están todas esas chicas? ¿Sigue
una de ellas paseando por el Retiro?
“¿Cómo
vivir tantas vidas sin tener que morir tantas muertes?” Alguien,
pensando en esto, inventó la palabra “otrarse”, hacerse otro.
Otra vez un sólo idioma se me queda corto.
Hay
siempre una parte de mi que resiste, pero lo cierto es que me voy
amoldando. Vuelvo a casa y re-reconozco la Calle Real, la
primera de las vidas, la más fuerte porque es la raíz. En ella me
forjé y a partir de ella nacieron todas las demás. Es mi base, la
Sara que nació en Ferrol. Nada queda, por otro lado, de aquella de
Londres, a parte de una parte de ella que sigue viviendo en una
eterna Hollydale Road de Peckham.
Corazón
Árabe, me dijo dando en la Diana. ¿Qué es lo que te gusta? ¿Por
qué te sientes así? No lo sé. Está dentro. Aun no he podido
arrancarme esa mano de Fátima, que encarecidamente me recomendaban
llevar siempre al cuello, no fuera que una Chiwafa me echase (o me
echare, en futuro subjuntivo) un mal de ojo. Coger ese avión, dejar
el Maghreb, aterrizar en Madrid y subirme en aquel bus para continuar
rumbo al norte fue como estar en la luz y caminar arrastrada hacia un
agujero negro, por mi bien. Fue el ocaso y de repente oscuridad.
Nueva
York llegó con su amanecer y creo que le he caído bien. Camino por
Astoria y empiezo a sentir que soy parte del barrio. El otro día
caminando por Brooklyn me encontré de repente en un barrio judío.
No era un escenario, no eran un par de tiendas y gente haciendo el
paripé. Era Israel, a pesar de que nunca he estado allí (aún). Fue
un viaje a través de un portal tele-transportador, de esos que salen
en las pelis americanas. Todo aquí es realidad, no hay Chroma Key
como nos quieren hacer creer. Así es. Así lo venden.. Total, que yo
miraba perpleja todo a mi alrededor, los hombres con sombreros
gigantes de pelo y las mujeres con sus faldas por la rodilla y sus
medias color carne. Y los carteles en hebreo, de repente ya no
existía el inglés. No era la primera vez, cuando fui a visitar el
barrio de Harlem me encontré de repente en algún lugar de África.
Y lo
que más me llamó la atención de todo esto, es que nadie me miraba
a mi. Yo no sobresalía, como lo haría para mi uno de ellos en medio
de la Plaza de Armas. “Mírale, que raro, lleva puesto esto y lo
otro y anda diferente”. Esto no pasa en Nueva York. New York City
no me juzga, no sabe que en la vida perdí tres aviones, o que soy
tan despistada que no oigo cuando me hablan. No sabe que hice el
ridículo porque estaba enamorada ni que dejé parte de mi dignidad
entre alguna que otra sábana. No es que no lo sepa, es que ni le
interesa. Le importan un bledo mis heridas por cerrar y de las que ya
no quedan cicatrices. Le cuento sobre mi época de instituto y se ríe
porque es agua pasada y eso siempre te da licencia para reírte, ya no importa. No
sabe de mi, así que sólo escucha. Me saluda por la mañana al
cruzar la calle, a través de la señora que controla el tráfico, a
la que nunca he visto la cara porque hasta ahora sólo la he conocido
en invierno. Todos los extraños del metro, algunos ya sonriendo
mientras miran el móvil, quizás un bonito mensaje de buenos días.
Otros con cara de querer cambiar de trabajo y otros van en duermevela
aún. De vez en cuando cruzo un par de palabras, procuro siempre
sonreír porque sé que la primera actitud que recibes en el día
condiciona las restantes 23h 59min. La gente de la ciudad lo sabe,
estoy segura, por su natural amabilidad. Para ellos soy otra chica
del metro. Para el chico del supermercado, una de esas historias que
suceden en Manhattan, pero que también tendrá que inventar de mi
una nueva versión.
Nueva
York se abre ante mi y no me pregunta quién soy. Y por eso me gusta.
Por eso y por la bendita mantequilla de cacahuete, God Bless America
por el peanut butter.