No tenía demasiado claro adónde iba, aunque tampoco lo tengo ahora. Cumplía 24 años y era la segunda vez que decidía marcharme a otro lugar, que resultaba ser de nuevo Inglaterra. El viaje había surgido de un día cualquiera en una conversación a las 4 de la mañana en un desván. Fue de estas cosas que dices y que parece que lanzas al aire al tuntún pero por dentro sabes que podrían hacerse realidad. Y de repente, ahí estás, en la página de Vueling. En un 23 de septiembre de hace unos 6 años empezó la aventura de todo lo que está escrito. Las cosas fueron cambiando pero es bonito girarse hacia el pasado a veces para recordar lo que se tuvo y pedirle al futuro más y nunca menos. Ya que estamos, haré un guiño dando gracias porque por aquel entonces todos los días cualquiera eran en realidad extraordinarios. Tener en cuenta mi pasado ha condicionado mi presente. Pienso muchas veces en todas las vidas que no escogí. Podía haberme quedado en un eterno Hollydale Road, la vida era bonita aunque me levantase a las 4 de la mañana para hacer camas en el Hilton o fregar los platos de pijos ricachones. Al final, fueron lecciones de humildad que me han llevado a ser quién soy. Podría haber seguido en Tánger y levantarme a desayunar en aquella enorme terraza de una casa en la que vivía sola porque me lo podía permitir. Y ver Tarifa desde allí y ser consciente de lo injusto que es no poder elegir donde naces, pero tampoco dónde quieres vivir. Hoy trabajo para que esas fronteras se acorten un poco más, aunque sé que solo ponemos tapones.
La chica que caminaba hacia el Bill's en su 24 cumpleaños no sabía que del norte viajaría al sur y se enamoraría de un país que no era el suyo y de alguien que no era para ella. Pero en los tiempos de la foto ya tenía un país propio que le abría la puerta al llegar del trabajo. Seguro que precisamente esos detalles guardados en su corazón le impidieron años más tarde quedarse atrapada en Rabat, casarse, vivir en un amor con barrotes invisibles, pero palpitantes. Menos mal que la chica que vivía al otro lado del estrecho se acordó de que no era ese amor, el que le habían enseñado. Y entonces, aquello que casi se hizo realidad, se convirtió en otra vida que no eligió, escapando rumbo Nueva York con mil nostalgias y dudas en la maleta y pensando que todo aquello estaba escrito. Tiempo después, se grabó el destino en la piel para nunca perder la confianza a manos de uno de los pilares que sostuvieron sus decisiones importantes, desde el recuerdo-otro guiño de gracias-.
Hoy, mirando esta foto, recuerdo que el futuro es siempre demasiado incierto para planes, pero que la memoria del corazón hace grandes las experiencias del recuerdo para que podamos sobrellevar la incertidumbre y confiar en que lo haremos bien. No podía saber de aquella todo lo que vino después, ni lo feliz que he sido ni lo que he sufrido tampoco, pero hoy me siento en paz. Tan en paz que ya no tengo ganas de hacer maletas, ni se me hace un nudo al mirar atrás. Hasta le he perdonado. Me he perdonado.