Me
gustaría poder hacer una descripción de lo que es Tailandia a
través de mis ojos. Podría describir más a fondo las calles
preparadas de Bangkok para el turismo: un montón de transeúntes que
viajan al país para hacer lo que el suyo jamás harían. Observo a
una pareja en sus cincuenta y muchos invitando a cenar a una niña
que dudo haya cumplido la mayoría de edad. Todos sonríen y siguen
bebiendo. La camarera se pega a la mesa para asegurarse de que la
fiesta no termina. Todos saben que, desde luego, no acabará ahí. La
pareja parece tener el dinero suficiente para comprar fantasías que
en su casa fingirían no imaginar. Miran mientras hablan el escote de
la niña, largo hasta mas allá de su dignidad, que muestra el camino
a seguir. Yo me fijo en sus ojos, creí que hablarían de miedo, o de
infancias perdidas, o de una especie de asco hacia el destino – que
no sé si le vino escrito o si se lo reescribieron al gusto – pero
sólo veo vacío.
La
ciudad parece avanzar a un ritmo más acelerado que el del propio
tiempo, como ajena a las escenas turbias que protagonizan personas de
avanzada edad con chicas en presente, de pasado masculino singular.
Nos
movemos en tuctuc, es rápido y barato y nos permite vivir las calles
con el viento en la cara. La humedad es pesada, y el aire espeso y
nos viene bien la velocidad sin ventanas. El conductor se mueve entre
los coches casi sin mirar, con la mano izquierda en el volante y la
derecha en el teléfono móvil. En el mismo carril, hay tres coches
intentando adelantarse y nuestro bólido pasa entre ellos casi
rozando a ambos lados con los turismos. Casi, porque la gente local
sabe
fluir entre el tráfico y es por eso que no presencié ni un solo
accidente.
Hemos
visto varios templos, pero reconozco que no puedo hablar sobre ellos
porque no presté demasiada atención a los detalles históricos.
Estéticamente, todo me pareció luminoso, detallista, casi rococó,
brillante, cada figura hecha con paciencia. En realidad me pareció
que la arquitectura no iba muy acorde con la personalidad de los
propios tailandeses, reservados y amables. Es algo triste, según se
mire, que la amabilidad fuera una característica suya que nos
llamase tanto a todos la atención. Quizás sus templos tan
megalómanos tengan que ver con lo grande de su alma, que es a lo que
dedican todo su culto.
Tailandia
trató de emociones. Como siempre, cuando los sentimientos laten
fuerte, todo lo demás es puro atrezzo. Me descubrí otra vez,
sabiendo
que si no me dejaba caer al vacío en este viaje, como hago con todos
los demás, carecería de sentido. Dejé que me llevase por delante
para que saliera a flote todo lo que la rutina deja hundido pero que
sigue luchando por salir. En nuestra vida diaria enterramos
los demonios con horarios, papeles y demás artilugios que en los
viajes quedan fuera de la maleta para darles un respiro. Es necesario
que salgan a ver el sol, que se liberen y nos liberen a la vez.
Fíjate,
te vi de nuevo, en una escena que me resultó familiar. Sigues
siendo una mancha negra que me tiñe de luto tapándome la sonrisa de
vez en cuando.
Supe
que no te irías del todo mientras haya tanto de ti en mi. También
que los países del sur, con sus calles caóticas y desordenadas, me
llevan de vuelta a la medina.
Es importante viajar con
billete de vuelta a uno mismo. Otra vez lo supe: que la ciudad irá
en mi siempre. Yo ya lo sabía, desde hacía muchos sueños atrás.