lunes, 12 de noviembre de 2018

De Tailandia y otros viajes.


Me gustaría poder hacer una descripción de lo que es Tailandia a través de mis ojos. Podría describir más a fondo las calles preparadas de Bangkok para el turismo: un montón de transeúntes que viajan al país para hacer lo que el suyo jamás harían. Observo a una pareja en sus cincuenta y muchos invitando a cenar a una niña que dudo haya cumplido la mayoría de edad. Todos sonríen y siguen bebiendo. La camarera se pega a la mesa para asegurarse de que la fiesta no termina. Todos saben que, desde luego, no acabará ahí. La pareja parece tener el dinero suficiente para comprar fantasías que en su casa fingirían no imaginar. Miran mientras hablan el escote de la niña, largo hasta mas allá de su dignidad, que muestra el camino a seguir. Yo me fijo en sus ojos, creí que hablarían de miedo, o de infancias perdidas, o de una especie de asco hacia el destino – que no sé si le vino escrito o si se lo reescribieron al gusto – pero sólo veo vacío.
La ciudad parece avanzar a un ritmo más acelerado que el del propio tiempo, como ajena a las escenas turbias que protagonizan personas de avanzada edad con chicas en presente, de pasado masculino singular.
Nos movemos en tuctuc, es rápido y barato y nos permite vivir las calles con el viento en la cara. La humedad es pesada, y el aire espeso y nos viene bien la velocidad sin ventanas. El conductor se mueve entre los coches casi sin mirar, con la mano izquierda en el volante y la derecha en el teléfono móvil. En el mismo carril, hay tres coches intentando adelantarse y nuestro bólido pasa entre ellos casi rozando a ambos lados con los turismos. Casi, porque la gente local sabe fluir entre el tráfico y es por eso que no presencié ni un solo accidente.
Hemos visto varios templos, pero reconozco que no puedo hablar sobre ellos porque no presté demasiada atención a los detalles históricos. Estéticamente, todo me pareció luminoso, detallista, casi rococó, brillante, cada figura hecha con paciencia. En realidad me pareció que la arquitectura no iba muy acorde con la personalidad de los propios tailandeses, reservados y amables. Es algo triste, según se mire, que la amabilidad fuera una característica suya que nos llamase tanto a todos la atención. Quizás sus templos tan megalómanos tengan que ver con lo grande de su alma, que es a lo que dedican todo su culto.
Tailandia trató de emociones. Como siempre, cuando los sentimientos laten fuerte, todo lo demás es puro atrezzo. Me descubrí otra vez, sabiendo que si no me dejaba caer al vacío en este viaje, como hago con todos los demás, carecería de sentido. Dejé que me llevase por delante para que saliera a flote todo lo que la rutina deja hundido pero que sigue luchando por salir. En nuestra vida diaria enterramos los demonios con horarios, papeles y demás artilugios que en los viajes quedan fuera de la maleta para darles un respiro. Es necesario que salgan a ver el sol, que se liberen y nos liberen a la vez.
Fíjate, te vi de nuevo, en una escena que me resultó familiar. Sigues siendo una mancha negra que me tiñe de luto tapándome la sonrisa de vez en cuando. Supe que no te irías del todo mientras haya tanto de ti en mi. También que los países del sur, con sus calles caóticas y desordenadas, me llevan de vuelta a la medina.
Es importante viajar con billete de vuelta a uno mismo. Otra vez lo supe: que la ciudad irá en mi siempre. Yo ya lo sabía, desde hacía muchos sueños atrás.