lunes, 17 de noviembre de 2008

Vida Normal

Paul Roth

Esta noche tu casa es la más oscura y estás solo con aquellos que desconoces. Piensas que oyes a los pájaros plañideros, amarillo-gris, construyendo nidos debajo de la duela con su silencio. Jamás habías pensando que viajar podía crear menos espacio entre tú y tú mismo. Pues tu mapa esta despedazado y es mejor confiar en que el fin de esta vida se parece más y más a un comienzo. ¿Aunque todos los lugares donde has estado parecían como ningún lugar, a dónde mas pudiste ir? No hay muchas historias que puedes contar para impresionar o repugnar, no hay platos con orillas de rubí llenos de dátiles frescos y esas semillas resbalosas que escupes en tu mano después de saludar a otro. Más probable, lo que oyes es la lluvia chorreando dentro de las paredes de piedra hasta hacer un remanso lo suficientemente grande para que un ratón pueda beber. Lo que escuchas es el viento y tu soledad silbando a través de esa mirada fija mientras una línea de vagones se encarrila en los niveles y avanza a tiempo en su horario de salida.

El viento

Dejas entrar al viento y él no es educado. Mismo, en tu insistencia por sentarlo, él deja caer macetas de las repisas llenas y tiene a los libros a la orilla del desastre, pelea su camino alrededor de una porcelana de Herend con diseño de mariposas, olfatea las conchas recogidas en vacaciones olvidadas, apaga las velas y en el humo se suspende disfrazado. Para conservar su fuerza lo ves adquiriendo forma humana, cuya hambre para el amor, desafortunadamente, lo hace sentirse aún peor. Además, ya no hay manera de volver a ser viento. Poco a poco se vuelve más y más manso y se caldea con el calor del horno, se asoma por las ventanas y se planta al fin a tus pies tal como el perro extraviado que hubiera sido mejor desde el principio. Hay muchos huérfanos así en el universo pero no todos se convierten en campeones. La mayoría de los vientos se agachan en los pasillos rellenos de muebles para oficina que han sido reducidos de tamaño como el arete de una adolescente o más, otros nunca salen, nunca envejecen y si lo hacen se ponen muy ancianos y quedan encadenados a sus propias camas llenas de sus propias heces o a sus televisiones para que las estadísticas no demuestren que sus suicidios podrían incrementarse mil veces. Sentados en una silla, sin un lugar a dónde ir, es precisamente el viento que se crispa en sus manos tratando de escapar de la piel arrugada a la que en algún tiempo él rogó arrodillado por permitirle entrar sólo una vez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cariiño soy laura (: esq sino no podia escribirte ¬¬
te echo de menos pequeñaa ):
solo qdan 15 dias para vertee^^
tequiero saa(: