domingo, 20 de septiembre de 2015

Llueve en Rabat

Dicen que es a partir de las 2 de la mañana, en nuestra cama, mirando al techo en plena oscuridad, cuando sabemos qué es exactamente lo que queremos. Aquí estoy, escuchando la banda sonora de “Into the Wild”, porque es una película que me inspira a pesar de su final. No son las 2 de la mañana, aún son las 23 de la noche, pero estoy cansada, relajada y esa sería una hora muy poco prudente para alguien a quien no le suelen llegar las horas del día. Es caso es que tal vez aún quedan tres horas y por eso no sé exactamente qué quiero, pero si qué no quiero. Quizás para no acabar tan cansada al final del día sería suficiente con unos grados menos y algunas personas mas, porque el calor aquí al sur suele ser aplastante. Sí, será eso, que sobra calor.

Y tus ruinas sujetas por andamios de excusas. "Me cansé del trajín de los caínes y los abeles, con lo que eso duele, mire usted."

No me gusta cuando llegas e intentas llenar el vacío del silencio que provocaste por no saber enfrentarte, como la mayoría de los hombres cobardes, a una mujer que de haberte sabido bien ... llevo puesto un vestido rosa coral, por llamar a este color de alguna manera. En fin, que acabas de entrar por la puerta y esta hoja de word en blanco que pretendía ser un texto se ha convertido en un cúmulo de desvaríos, aunque no lo vayas a entender.

Dicen que las cosas que amamos nos destruirán al final. Que todo lo que poseemos, lo que sentimos, todo lo que en este momento nos hace felices exigirá su libertad algún día escapando de nuestras manos. Tengo la costumbre de ser yo quien escapa de todo: de lugares, de personas, de músicas que me llevan al pasado... es como tener sed, beber y beber, sin darse cuenta, agua salada.
Esta vez, pienso en “cuando me marche de Rabat”. En la despedida, me imagino abrazando y besando cada uno de los rincones de esta ciudad, siempre  iluminada por muy gris que se presente el día. Y de repente me doy cuenta de que no tiene por qué ser así. Esta vez, podría apelar a la eutanasia. Sería muy fácil ahogarse en esas puestas de sol, que con su sangre tiñe al morir el mar de rojo y naranja intenso. Volverse loca con la música chaabi, convertirme en una más de las personas que se desmayan en las bodas a su ritmo. Podría dejarme fulminar por sus ojos rasgados, negros, tan oscuros que rozan la opacidad y me aislan de su mundo... me dejan en la puerta, en las visitas al cielo, en la terraza del tejado cuando el apartamento está lleno, en los viajes prometidos que nunca llegaremos a hacer. Y detrás de la puerta, el islam, del que aprendo, el que me hace más tolerante cuando llego a entenderlo pero me quema la piel cuando se me mete debajo. Me sienta a veces como un vestido que queda bien en el maniquí, pero que nunca podrá ser hecho a mi medida.
Encuentro lo que me hace feliz y esta vez dejo que me mate, dulce y lentamente. Llueve en Rabat, pero eso no hace de la ciudad un lugar más oscuro.

lunes, 6 de julio de 2015

Mr Tambourine man.

Que sorpresa verte, pasa, volveremos al pasado. Hacia tiempo que no te veía... podemos, si quieres, servirnos una copa de whisky con cola y hielo y dejar que las emociones hablen porque yo, la verdad, no se muy bien por donde empezar.
¿Recuerdas el ultimo consejo que me diste? Que mirase a las dificultades a los ojos para que sean ellas quienes escapasen de mi, que eso incomoda y tu ya sabes que salgo victoriosa en las guerras de aguantar miradas, casi siempre, eso si, mas por orgullo que por fuerza. Ganar es ganar de todas maneras... supongo.
Bajas la mirada, no pareces de acuerdo y no entiendo por que. Has llegado con la piel dorada, el clima del sur te sienta bien. Primera copa, me cuentas que te has casado. Lo había ya intuido por el anillo de oro de tu dedo anular. Así que es rico, es dueño de cuatro empresas avaladas por la propia monarquía, te sedujo con su buena educación, su manera de actuar discreta y sus planes de futuro, con olor a perfume caro.
Sigues bebiendo, tu sonrisa cada vez se atenúa un poco mas. Llega tarde, a veces no llega y te quedas mirando el teléfono como si no sospechases que esa noche no esta dedicada a ti. Llega un mensaje corto, sin vida, muestra la desgana de quien lo escribe, alguien que mantiene su cortesía por mandato de su ego pero desliza los dedos por el teclado por simple responsabilidad: “Hoy salgo”.
A la tercera copa me confiesas que sabes con quien, mas bien con quienes. Me dices que lo ves dormirse con sus nombres en los labios, que las noches en que llega tarde a casa no se acuesta a tu lado por no darte la razón. A ti, que siempre le dijiste que las cosas que deseabas te destruirían al final.
Suena de repente Bob Dylan en la radio y te acuerdas de que un día pudiste ser capaz de plasmar tu realidad con las manos. Dylan tocaba Mr Tambourine y reconociste el sonido de algo en común al entrar en aquella nueva realidad. Supongo que todavía no has podido salir. Olía a verano, a toallas con salitre y a tabaco de liar. Lo recuerdas bien, no era olor a perfume caro, te sentaste como quisiste aunque te advirtió que debías ponerte el cinturón, solo para ir segura. No escuchaste planes de futuro, ni actuó imitando a cualquier galán que intentara impresionarte. Te buscabas, te llevo y te encontraste.
No quería hablarle de ello pero ya que has sacado el tema, buscare la manera de contarle -en forma de de historia, de la unica manera que se y sin molestar demasiado- que todavía me hablas como si fuera el quien hubiera puesto las estrellas en el cielo.



miércoles, 22 de abril de 2015

Haram

As-salamu alaykum. Wa alaykum assalam. Nos saludamos el de la cafetería y yo. Querría un café con leche, nos nos, que lo llaman aquí, «mitad y mitad», literalmente. Es lunes y se me han pegado los ojos después de un fin de semana a caballo, también literal, entre la medina y la playa de La Corniche. Todavía tengo agujetas, pero lejos de dolerme, me recuerdan que aquí puedo hacer en escondida libertad, lo que me apetece, al módico precio que ofrece un regateo bien hecho. Subo el café a la oficina y allí me encuentro con Mohammed, acentuado en la «a», como realmente debe pronunciarse el nombre del ultimo profeta. Nadie aquí sabe quien es ese tal Mahoma que nos hemos adaptado al castellano, quizás por mera facilidad de pronunciación.
Me lo encuentro trabajando en un proyecto de construcción de aulas para una escuela de los alrededores de Tanger. «Tienes que ir y verla», me dice, no sabes lo que agradecen aquí tener un lugar mas en el que estudiar.
Tenia razón. Visité el proyecto de escuela y encontré a unos niños con sed de lectura, abrazando a una profesora que se marchaba unos meses por baja de maternidad.
Hay niñas que llevan el pelo tapado y otras que lo dejan ondear al viento, negro y como hecho de seda. Pero todas, sin excepción, sueltan risitas y se muestran entre ellas mensajes que reciben de novios clandestinos. El Islam les enseña la pureza, les habla de protegerse del hombre, siempre hambriento de carne, que silba al verlas pasar. Pero algo por dentro les incita a responder, mediante miradas de aprobación, la llamada del instinto.
No lo admiten, esta mal, pero como no conocen -en teoría- la hipocresía, se quitan ya de adolescentes el pesado yugo de la cultura - que no de la religión - por la noche, rompiendo el ayuno en un Ramadán extraoficial.
Lo que me gusta de Marruecos no se encuentra en ese blanco roto que cubre a la gente, que abre sus casas en los viernes de rezo y cuscús, ni en los ojos profundos y oscuros de el que me invita a faire la visite du ciel, que pierden su forma de almendra cuando los entorna cuando ríe como quien hace explotar por la boca la felicidad.
Aunque este país, por su fuerza de influencia y sus arraigadas costumbres, me llamen a cruzar el limite de la libertad occidental para meterme en una jilaba que no deje asomar las curvas de lo tabú, a cambio de olor a especias y atardeceres que se anuncian con la llamada al rezo, a mi gusta ser quien soy.
No podría llevar hijab porque no soy digna de el. Beso en publico y lo hago considerando que no es un acto que falte al respeto. No soy alguien que podría vivir para siempre en un país donde se lucha en la calle pero se prohíben los actos de cariño a plena luz. No soy alguien que encarcelaría a un homosexual o dejaría en manos de Dios la decisión de como vivir mi vida. Pero soy alguien que respeta a las personas por ser lo que son, personas al fin y al cabo. Me gusta estar en un sitio donde los protocolos no existen, donde los buses llegan con retraso porque ha habido un accidente en la carretera y el conductor pisa el freno para que todo el mundo baje y ayude. Un sitio donde no existe la indiferencia y todos son hermanos y hermanas, khoyas y khetis. Aunque eso conlleve convertirte en titular de un periódico que se actualiza cada vez que ocurre algo más interesante.
Mi pilar mas importante aquí vuelve a tener nombre de mujer: Aisha. Ecoute moi. Y me escucha bien atenta. Me lleva de la mano por las calles que suenan a secretos escondidos tras las paredes de apartamentos que la gente alquila para las cosas prohibidas, para todo lo que es haram. Porque todos aquí están de acuerdo en que si naces musulmán lo eres para siempre y no se debe perder la costumbre, tan aceptada socialmente como en el plano legal, de presentar el certificado matrimonial si se quiere dormir en pareja tras las puertas de cualquier hotel.

lunes, 16 de febrero de 2015

Punto y final.

Aquí terminas. Ya estoy en mi cama a pesar de que todavía son horas prudentes, pero quiero ponerte fin. Eres otro mas, un lunes de los cuatro que hay en la mayoría de los meses de un año que se presenta cargado de recompensas. Toco madera.
Pero aquí estoy, decidiendo escribir antes de dormir porque a veces pienso que entre lo laboral y lo académico no me dejo espacio a mi. Pero hoy es un día importante, hoy me he dado cuenta de que en realidad estos casi seis meses de capitulo, cuyo punto final pondré la semana que viene, he aprendido mucho.
Para empezar, no son las ciudades, soy yo. Alguien me preguntó que donde me gustaría vivir, donde me gustaría pensar en tener una casa a la que volver que fuese mía, donde poder poner las cosas que no colecciono de otros países por no cargar en maletas que hago y deshago. No lo se. Quizás no es que no me guste estar en Londres, aunque detesto los «perdona», «por favor» «las mujeres primero», tan repetidos hasta la saciedad que pierden el sentido. Falsa educación, falsa sonrisa de lifting. No es Londres, soy yo. El típico tópico de cuando una relación se acaba: no eres tu.. soy yo. Es la persona en la que me convierto cada mañana a empujones en el metro.
Pero he aprendido que marcharse es también una felicidad egoísta, aunque cuanto mas me marcho más me pierdo y más me encuentro a mi y menos egoísta soy después de haber aprendido que dejé de serlo cuando me di cuenta de que a veces la manera más generosa de amar es dejando ir. A pesar del frío de las videoconferencias familiares y de todos aquellos que, queriendo, nunca llegan a ser tú.
Todavía.
En mi viaje a Turquía conocí a un hombre que hacía caligrafía árabe. Le dije unas palabras en lo poco que se de la lengua y sonrió. Me dijo que tenía otra habilidad, que leía los ojos de las personas y que, según eso, añadía algo al dibujo. El mío fue un pájaro, me dijo que volaría.
Y el hombre tenía razón. Después de haber tenido en el el paladar el sabor del vuelo, bajo a la tierra pero sigo mirando al cielo. Es adictivo, es difícil dejar de hacerlo sabiendo que he aprendido más de la vida viajando que en años de ella sentada a la mesa de la escuela delante de un libro que contaba historias en versión conveniente.
Y así acabo con este lunes, cerrando otro de los diez días que me quedan para poner rumbo al país donde encuentro mi libertad y mi calma entre lo tabú y el bullicio. Destino Tanger.