Son las
21 de la noche y suenan las campanas que lo anuncian. Vivo enfrente
de un campanario y me gusta mucho el toque que le da a las ventanas
de mi casa, como si fuera un cuadro realista. La última vez que mi
padre estuvo aquí, me dijo que le parecía bonito que le resultase
bohemio un lugar donde otros podrían ver un muro.
Un amigo
que es artista me comentó hace poco que estaba bastante indignado
porque en la universidad
de
Bellas Artes
se le
enseñaba a citar, a tener un discurso pensado para convertir la obra
en el nexo de conexión entre él y el público. Decía que no
entendía por qué lo interesante de sus pinturas tenía que ser lo
que el autor había querido expresar. Tal
vez en el fondo es miedo a pensar por uno mismo.
Ayer
estuve a punto de usar este blog como escupidero de desdenes, porque
a veces me ofende que me juzguen, pero después le echo un vistazo a
la vida y pienso que está tan bonita en forma de cuadro bohemio que
quizás me la quieren emborronar por envidia. Hablo de preguntas
lanzadas a discreción teñidas de aguarrás para disolver bien la
pintura, cuando ven que mi obra es extraña porque a mis 30 no pinto
bebés con cara de ángel o paisajes bucólicos o bodegones de fruta
disecada a la que apuntan líneas de fuga dentro de un salón donde
el resto es sombra. Tampoco enmarco fotografías de dos que sonríen
mientras ilumina el flash y después se quitan los palillos que les
sujetan las comisuras de los labios para fingir mejor. Miro a mi
alrededor y pienso que quien se obliga a querer a alguien solo
intenta paliar lo insoportable que se resulta a sí mismo.
Los
domingos vuelvo a casa por carretera, me gustan los 45 minutos que me
regala de tiempo para hacer limpieza en todas las habitaciones de mi
cabeza. He insonorizado las paredes, para dejar de escuchar las voces
automáticas que pretenden que me resigne, como sirenas atrayendo a
un marinero que conoce bien su rumbo pero se deja llevar por el canto
y acaba contra las rocas. También hay un suelo radiante que me
provoca mi propio calor y un hilo musical que mi amigo indignado me
ha ayudado a instalar para que pueda escuchar la música que más me
guste.
Estoy
pensando que cuando me muera, quiero dejar un testamento con
herencias de bienes no materiales, como un puñado de respuestas que
sirvan de escudo a todas esas preguntas y – demandas – que te
lanza la gente como rocas lapidantes, para que te doblegues a vivir
la vida que te marcan. También voy a dejar una paleta blindada con
una gran gama de óleos a prueba de aguarrás.
Como
espero que eso no suceda pronto, me dispongo a comenzar la cuenta
atrás para mi próximo viaje. Dormiré abrazada a mi seguridad para
que no me despierten los mensajes curiosos iluminándome el teléfono
como bengalas en la noche.
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