sábado, 8 de marzo de 2008

Capítulo I

Era uno de esos momentos. Esos en los que, después de un largo dia de trabajo y esfuerzo, volvía a casa cansada. Resultaba irónico pensar que el mejor momento del día, aquel en el que pensaba por las mañanas al levantarse, era el de la hora de irse a dormir.

Soñaba continuamente, intentando hacer de la realidad una ficción elaborada por ella misma. Creía que podía desenfocar la vista y observarlo todo a través de otro cristal. Creía que podría crear una coraza alrededor de su cuerpo que nadie podría traspasar.

Cansada de ver que su vida real no era parte de su sueño, decidió quitarse la armadura.

Ahora estaba desprotegida, cualquiera podía herirla, dañarla, hacer de ella lo que quisiera.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que el escudo que llevaba puesto, no era mas que un reflejo de sus miedos a los que no dejaba escapar. Y de repente se sintió libre.

Nos aferramos a aquello que hemos perdido, queremos lo que no podemos tener, malgastamos nuestras fuerzas en seguir en un lugar que ya no es nuestro sitio, con personas que aunque fisicamente sigan ahí, hace tiempo que ya se han ido.

Obligamos a nuestros cuerpos a mantenerse inertes en un espacio cerrado.

Nuestros pies sienten ganas de moverse, y se frustran al darse cuenta de que no son ellos los que llevan las riendas.

Y al final de todo esto, el alma y la mente aun tienen fuerza para una última batalla. Pero el resultado de la guerra no llegará hasta el fin de los dias.

Un cúmulo de emociones le asaltaba cuando ya no tenía nada que perder. Cuando sentía que en un punto de su vida tal vez ya hubiera cumplido su funcion, y como recompensa, su mente comenzaba a abrirse. Como una ventana que llevaba cerrada casi 20 años. Ahora, ademas de la ventana, se había abierto la puerta. Y solo estaba en su mano decidir si la cruzaría o no.

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