viernes, 20 de diciembre de 2013

Brújulas y teorías.

Ya sabemos todos que si existen los bares es porque existe el desamor, y el paro, y la desgana, y la ausencia de rincones tranquilos aún por conquistar. Que se lucran los camareros de los que pierden el norte pero ¿a quien demonios le importan las brújulas? Todos tiramos hacia el sur, unos al del ombligo, otros llegan a los pies, y van a donde les lleven. Y cada paso que damos se nos cierran los ojos y nos quedamos ciegos aunque no nos apaguen la luz, y rompemos vajillas con la mirada, a veces solos, a veces acompañados de aquellos cuyos monstruos casan con los nuestros. “Sólo podemos ver bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, leí una vez, y jamás olvidé aquella historia, a propósito de alguien que se pierde en mitad del Sahara.
Yo me he dado ya mis bendiciones ahora que no me quedan más platos por romper para que no me presione el alma al ver que mi cara no me delata por mucho que digan que le hace de espejo.
Pero para eso esta el arte, si lo entendemos como cualquier cosa que te haga salir de ti, sentarte y escribir con euforia, aunque las frases vayan desencadenadas y resulte un texto de un montón de palabras inconexas lanzadas a este escupidero de pensamientos aún sin madurar.
Tampoco pretendo sentenciar en una entrada una libertad absolutoria, bastante he infectado ya este espacio con ángeles sin alas y amores que, cuando no matan, mueren también. Así que pensándolo bien, bendita o maldita, allá me voy, a donde me ha llevado la casualidad, o la causalidad, aún no he decidido qué teoría me viene mejor, aunque soy tan de teorías predeterminadas como de brújulas. Apartaré el aire a manotazos y si me molesta una ráfaga de viento me ataré la melena con fuerza, que no por no soltármela voy a llegar menos lejos, yo, que trato de ser siempre mujer aún con el rimmel en las mejillas.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Montaña rusa.

Normalmente escribo en word para luego pasarlo aquí. Ayer tenía algo, pero he vuelto a buscarlo y ya no lo encuentro. Da igual, de todas maneras no era más que basura. Lo que me gustaba ayer ya no tiene hoy ningún sentido y así con todo. Sí, podría decir que mis curvas son también mentales, tengo un estado de ánimo de los del tipo montaña rusa. Qué miedo me dio ayer sentarme en la lanzadera y que poco merecía la pena, pero me dio igual porque hoy miraría a la gente boquiabierta, por debajo de los pies. Oh no.. no pensé en el consiguiente aterrizaje forzoso, entre contestaciones y mal humor que precederían a la otra vez euforia en la alegría de pasado mañana.

Y así lleno las horas vacías, entre idas y venidas de peleas contra mí. Dicen que dejamos de temer a los monstruos cuando descubrimos que el peor de ellos está en nosotros. Me pregunto cómo la gente consigue sobrevivir a sí misma, cómo se ignoran cada día para pulsar el automático e irse a trabajar, qué beben, qué comen, con qué se visten diferente a mi para que no les entre por los poros esa curiosidad, la inquietud, el eterno inconformismo obsesivo-compulsivo que me empuja hacia otros lugares a junto de unos perfectos extraños a quienes conozco de sobras. Son todos pequeñas historias que van llenando capítulos de mi vida en cada avión que cojo hacia otro escenario.
Y es que la realidad impuesta no es más que una prisión. En la que yo invento no tengo lo mejor, pero hago del negro un color alegre, porque puedo, porque estoy viva y no sólo bombeo sangre. En la realidad que yo invento también aterra todo lo que una sonrisa puede esconder, pero hay que destaparla, afanársela, besarla, dejar que te mate y resucitar después... como hay que hacer con todo lo que llama e hipnotiza. Aunque mañana estés volando y viendo a la gente por debajo de tus pies, aunque pasado el aterrizaje sea forzoso. Un día más y volverá la euforia.