Llegue aquí con
cara de rechazo, estaba enfadada con la ciudad, con el país entero!
Por haberme arrancado del castillo en el que vivía, feliz, como todo
el mundo ya sabe. Debía ser realmente palpable porque nunca en la
vida me había pasado que me encontrase con gente aleatoria por la
calle y me dijeran lo contenta que parecía a simple lectura de algún
que otro “post” en Facebook o mi sonrisa permanente en las
fotografías. Yo, sonriendo en fotografías, con lo que odio mi
colmillo torcido con el que ya nací.
Pero Nueva York ha
tenido compasión de mi, desde que puse un pie en su tierra, cansada
con 60 kilos de maletas -el año se presenta largo y con estaciones
muy marcadas, así que una siempre llena el bagage de “por si
acasos”-. Cogí un taxi al llegar, porque traía contracturas en la
espalda, por todo el peso que cargué, el de las maletas y el que
sobrepasa lo físico. Pero el taxista era latino y tenía ese
carácter cálido y agradable que tienen las personas que han nacido
bajo el sol. La República del Salvador debe ser un lugar fácil para
echar raíces. Se sorprendió porque me senté de copilota, no me
gusta establecer esa distancia que se supone que se debe mantener en
una relación negocio-cliente, cuando de personas se trata y venía
acostumbrada a tener largas e interesantes conversaciones en
transporte público, así que me até a mi actitud del sur. Me dijo
que la ciudad (así llaman a Manhattan, “La ciudad”, como si
fuera la única en el mundo, con nombre propio y mayúsculas) me
enamoraría y la odiaría a la vez, me daría tanto y me quitaría
tanto que al final me costaría marcharme también. Ciudades de
tacones altos y mocos negros, tan tóxicas como cualquier relación
de las de una de cal y otra de arena.
Llegué a mi hostal
-para que se me entienda, porque Airb&b aún no está demasiado
extendido- y la cama era cómoda y la luz tenue, así que caí
rendida por el cansancio y el cambio de hora.
Al día siguiente
cogí fuerzas y me levanté para descubrir Astoria. Elegí hospedarme
ahí para buscar piso por la zona, porque investigando en internet
parecía lo más asequible-cercano al trabajo. El barrio no está
amurallado ni pintado de azul, pero está poblado de gente de todas
partes del mundo. No sabía si comer en un restaurante chino, griego,
libanés, colombiano.. al final, por supuesto, me decanté por las
especias y me senté en un mexicano, uno de verdad, picante con
comida, sentí como falsamente se me hacían yagas en la boca. Pero
simpaticé con los camareros y el postre fue a cuenta de la casa.
He caído en un piso
muy americano, en realidad es una casita, y he descubierto a Jane.
Acaba de llegar de Israel, le fascina Oriente Medio, la astrología
(me adivinó que soy libra tras 10 minutos de conversación). Tiene
35 años y un gran bagage que nos mantiene hablando durante horas.
Ya he pasado aquí
mi 28 cumpleaños. Salió el sol y la temperatura no bajo de 20
grados, sólo durante todo el día 10 de octubre, el 9 y el 11 fueron
lluviosos y gélidos. Otra vez, por mantenerme fiel a las costumbres
adquiridas, regateé un helado, enseñé mi pasaporte para constatar
el día que era, el mio, así que al final me salió gratis. Un
helado de yogur -porque me pienso que así no engorda- con mil
toppings por valor de 7 dólares (precio por peso de 700 gramos de
yogur, chocolate y galletas). Fuí al museo de Historia Natural con
gente que me he ido encontrando, es agradable hablar con gente aún
virgen en la ciudad, y me di un paseo desde la teoría del Big Ben
hasta los tiempos contemporáneos. Pensé: no somos nada. En realidad
soy solo un trozo de partícula que un día explotó en el espacio y
que aún sigue rotando por el planeta tierra. Pensé que estoy hecha
de trocitos de todos los restos de átomos rodantes que voy
conociendo y por supuesto pensé en mi lugar en el mundo etc.. qué
fácil sería creer en Dios.
A veces, cuando me
pongo triste, pienso en mi padre . Pienso en cómo crees tan
firmemente que estamos dentro de una cadena de almas que se
complementan para crecer por dentro. En cómo me viste con la mía
rota cuando volví de Marruecos y me recordaste que estamos en
constante evolución, que la vida te lo enseña y te lo pone en
bandeja y te fuerza de alguna manera a seguir el camino. Cómo debo
encontrar el equilibrio para no provocar accidentes de trenes y
desastres naturales cada vez que viajo y cómo es imprescindible
desprenderse del apego para continuar. Pero el recuerdo me sigue
acechando cada noche y me sigo levantando algo desorientada, como que
no sé en qué cama estoy o si hay alguien a mi lado.
Quizás Nueva York
me tenga respeto. Quizás si es verdad que tengo que controlar mis
energías y se está portando bien conmigo. Regalándome helados,
haciendo que su gente me sonría por la calle, que suene música en
el metro a las 8 de la mañana porque alguien se ha levantado
inspirado tocando la guitarra y me haya depositado en una casa a 7
minutos del trabajo con Jane.
Por todos los
regalos de bienvenida, voy a darle una oportunidad.
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