domingo, 23 de septiembre de 2018

La ciudad irá en mí siempre.


Suelo escribir en positivo, o al menos terminar un texto en positivo, porque creo que la vida es bonita. Siempre lo fue, pero se llenó de polvo porque la dejé descuidada en mi trastero de despropósitos. A veces el síndrome de Diógenes no nos permite dejar paso a lo nuevo. Me ha costado un par de años de limpieza general y mucho barniz pero ahora veo que el resultado es mejor que la versión original porque, al restaurarme la vida, me veo también un poco más sabia.
Puedo decir, sin lugar a dudas, que he recogido cosas buenas por donde he pasado. No he viajado para huir de problemas, ni buscar soluciones ni matar demonios escondidos. Yo solo quise encontrarme en una eterna búsqueda de un lugar de calma. Ahora está muy claro. Ya había leído antes a Constantino Cavafis, uno de estos escritores con los que te cruzas por sorpresa por internet y te revelan una verdad a la que agarrarte en el momento preciso: “No hallarás otra tierra ni otra mar, la ciudad irá en ti siempre”. La descubrí justo antes de marcharme a Nueva York, en aquel agosto demoledor que me dejó en ruinas y me la guardé pensando que tendría sentido algún día. Lo leí en la parte de atrás de mi coche mientras mi padre conducía hacia el aeropuerto con mi madre a su lado. Yo, simplemente, me dejaba ir en ese estado como catatónico, el de asumir, el estado en el que dejas que la marea te arrastre. Volverás a las mismas calles, y en los mismos suburbios llegará tu vejez; en la misma casa encanecerás… Pues la ciudad es siempre la misma.”.
A mi vuelta ya lo había entendido. Me construí un castillo en la ciudad vecina, uno sin murallas, para dejar pasar a todo el que quiera sin controles a la entrada. Hoy en día ya reconozco a simple vista a quien viene armado y no necesito lanzar bombas, me basta con ignorar.
Siempre he sentido que las ciudades tienen personalidad propia. Quiero a Ferrol, porque es raíces y es mar y es infancias felices y los de toda la vida, el hermano del que puedes hablar mal pero que se atenga a las consecuencias quien lo haga no habiendo nacido allí. Cuánto quise a Rabat... con ella el reloj se paró y sólo en momentos de lucidez me di cuenta de que el tiempo seguía corriendo. Demasiada lucha, el campo de batalla entre mis deseos más fuertes y lo que se espera de mi, lo que me espero de mi, también. Nueva York fue como esa mejor amiga que encontró las palabras correctas en el momento en que más lo necesitaba y además me las regaló para siempre.
Hace unos días, me di cuenta de que Coruña es como viajar. Ciudad – refugio, gente de todas partes del mundo que tengo el gusto de conocer, con historias que tengo el honor de escuchar en primera persona. Es también como leer.
Me he rodeado de gente que abraza el mundo. Gente que, cuando entra por la puerta alguien de Guinea Conakry, ocultando una vida de escaparse y de esconderse, bajo una enorme sonrisa, sólo ve a una persona más. Se la devuelven, le miran con atención, con curiosidad. Entra alguien de Libia, ha sido parte del Ejército de Liberación Nacional. Nuestros ojos se dirigen a el con el mismo respeto. Siguiente, hombre argelino, entra saludando a mi compañera gritando alegremente su nombre y a ella se le olvida todo el trabajo que tiene por delante. Alguien de esta vida que elegí me dijo hace poco que no podía comprender la falta de humanidad.. Que tenemos costumbres distintas, que la cultura es construida y aprendida. Si alguna vez alguien se pone en contra de tu trabajo – me dijo - diles que le pregunten a la persona a la que acompañas… ¿Por qué sonríes? ¿Por qué lloras? Verás que la cultura no juega ningún papel a la hora de hacernos iguales.
Así Italia me pareció inexperta, algo caótica. Londres fue agobio y frío por dentro. Rabat era una lucha entre mis dos versiones, Manhattan una isla multicultural de transición. Paseando por la marina de Coruña, de noche, me recordé caminando en djilaba en las noches del Ramadán. Vi a lo lejos edificios altos y gente viviendo deprisa y me vino una imagen en la terraza de mi edificio mirando Nueva York quedándose dormida (porque lo hace también y tan bien…). Y volvía de mi trabajo que es viajar y leer y pensé que Coruña reunía a todas las ciudades de mis vidas pasadas. Quizás es que me haya reencontrado. Ahora, después de algunos años, tiene todo el sentido. No son las ciudades, soy yo en todas las versiones de mí misma. Soy yo una Pisa caótica, una Rabat intensa, una Manhattan que pasa los días deprisa en medio de mil maneras de entender la vida. Estoy en calma porque no es La Coruña quien reúne pequeñas partes de cada ciudad. Todas ellas soy yo, “la ciudad irá en mí siempre”.

No hay comentarios: