
Pensé que podía haber un punto en el que confluyeran las vidas de Alice y Mattia. Pero el autor casi tira abajo el último ladrillo que conforma mi muro de esperanzas, que separa la vida de los personajes de mi propia realidad. Nos sumerjimos en las hojas portadoras de palabras salidas de la imaginación de un escritor, para ahogar nuestra lucidez y terminar identificando su vida inventada con la nuestra.
Yo confiaría hasta el último instante en que tal vez hubiera una posibilidad de que los números primos llegaran a tocarse.
Pero al final, Alice termina su historia mirando al cielo, sabedora de que el 13, aunque enamorado del 15, está condenado a perseguir al 14, subyugado por las leyes matemáticas.
Pero mi muro es inderribable, porque, gracias a Dios, siempre he sido de letras.
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