viernes, 20 de mayo de 2011

Un regalo

La vida no vale para nada. No somos nada. Al menos no somos nada más que animales que nacen, crecen, se reproducen y mueren. No hay ningun sentido ni tenemos ninguna misión más que la que nosotros mismos nos encargamos.
Y a pesar de la confusión que pudiera estar provocando con este comienzo, creo que la vida es un regalo.
Sólo por eso, por nacer, por ver nacer a los que llegan, por comer, por poder saborear un gran plato de marisco, por reproducirnos, por poder disfrutar de la causa y después del efecto.
El vino, los amigos, los besos, los abrazos, la playa, el olor de un buen perfume, la lluvia y la tormenta cuando estas en casa tapado con una manta, las risas, carcajadas y las lágrimas de tristeza que te hacen sentir vivo.
Hasta la muerte es también un regalo. Si ella no nos llevara a un final, no tendríamos ansias por vivir. Si una película no tuviera final, no la veríamos con la misma intriga.
Es como el resto de los regalos. Como cuando por Navidad un niño recibe su primera bicicleta. Se sienta, tropieza, cae, duelen las rodillas, mercromina, betadine, incluso a veces hay que darle puntos en la herida. Pasan un par de días, pasa incluso una hora, y el niño vuelve a su bicicleta. Tal vez con más cuidado, tal vez con un poco de ayuda, pero pedalea de nuevo.
Porque los momentos en que ese niño se tira cuesta abajo a toda velocidad, disfrutando del viento en la cara y de la poderosa sensación de ser él quien tenga el control, compensan por más de cien caídas y cien botes de mercromina y betadine.

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