Recuerdo perfectamente el momento en
que me despertó interés. Vi una foto suya sentado en un sofá que
el mismo había pintado de figuras malvas, verdes, amarillas y negras
sobre un fondo naranja. Tenía una pierna sobre la otra y un brazo
echado por encima del respaldo, sujetando un spray en la mano, como
siempre.
Debían ser alrededor de las 8 de la
tarde, porque era verano, y el sol empezaba ya a caer, dibujando una
línea divisoria en su pecho: hacia abajo está ya bañado en sombra
pero el sol aún le pega en la cara. No mira a la cámara, sino hacia
el suelo, pensativo. Como si no se hubiera dado cuenta aún de que ha
traído a la vida un objeto que llevaba años muerto, esperando en un
cobertizo a que la humedad se ocupase de desintegrarlo y sin un rayo
de luz que ayudase a atraer la atención de un salvador.
Pero entonces apareció él, y donde
había un mueble al borde de la muerte, se infiltraron varias capas
de colores llenos de vida.
Su gran virtud, su magia, consiste en
que no sólo los objetos pueden beneficiarse de ella. Meses más
tarde, hizo lo mismo conmigo.
Pasó algún tiempo hasta que pude
darme cuenta de que aquella foto, esa historia del sofá, no era un
caso aislado. Pasaba tardes enteras en un piso medio derrumbado
intentando hacer lo mismo con todo lo que le rodeaba. Las horas
corrían en aquel segundo piso de la calle Magdalena mientras pensaba
qué podía hacer con todos aquellos trastos que cualquier otra
persona hubiera tirado a la basura. Entonces pasó: construyó su
mueble-totem y un armario pequeño y sin gracia renació convertido
en un personaje simpático vestido de colores primarios, siempre
predominantes en esta época de su vida en la que tuve la suerte de
cruzarme con el.
No fue el mueble el primer totem que
salió de su imaginación. Meses antes, cuando descubrió el
potencial de estas figuras que le recordaban a las estatuas antiguas,
empezó a diseñar una tras otra. De una figura pequeña, muchas
veces con forma de animal, salían otras a partir de su cabeza que
nacían hacia arriba conduciéndose a sí mismas hacia la cima, y de
los pies y brazos de la misma primera figura, echaban raíces otras
hacia abajo formando la base. Es difícil describir estas obras con
palabras porque, como el me dijo una vez, la mejor manera de explicar
es hacerlo con imágenes. Y cuando yo lo intento, acabo perdida entre formas y planos de color, y admito
que la mía no es la mejor manera de intentar contar lo que el
expresa.
Pero Pablo no es Pablo sin su
furgoneta, una T3 California Vanagon que forma parte de su esencia.
Me dice, que no sabré lo que se siente hasta que
duerma en ella, coma en ella y me duche en ella. Ella siempre está
presente. Creo, sin lugar a dudas, que para el tiene su propia
personalidad y que desde luego es la amiga a la que no pretende
abandonar.
La he visto plasmada varias veces,
sacada de su pensamiento y estampada en paredes y lienzos. Mi
“retrato” favorito, y lo llamo así porque tan presente está en
su vida que sale de mi personificarla, es
un óleo sobre lienzo que representa
una furgoneta T1, como las de los años 60, de la que sale toda la
vitalidad y la luz que también inspiraban esa época. Fue tan
cuidadoso, que se encargó de elaborar el paisaje
circundante, dibujado a pinceladas detallistas, apareciendo así reflejado
en un costado de ese lobo con piel de cordero.
No fue la única vez que plasmó a
su amor verdadero. Hace cosa de un año le construyó un espejo en la
pared de una ciudad cercana midiéndola con todo detalle y
trasladando después cada centímetro exacto a la pared. El
resultado: una furgoneta a tamaño natural para quien se conforme con
verla transformada en graffitti.
De todo lo dicho hasta ahora puede uno
suponerse que los sprays son su mejor arma. Le gusta pintar en la
pared, sacar hacia afuera algo que sea solamente suyo y pasar a
saludarlo cuando se encuentre cerca. Su amigo el aviador, cuando lo
ve por la malata, siempre le agradece haberle diseñado esa chaqueta
con cuello de meticuloso borreguillo que le aisla del frío en
invierno.
Pero hay un cuadro en especial que habla sobre Pablo por sí mismo, un autorretrato de 2x1,40 metros que
refleja todo lo que el significa. En sus palabras: “el de este
cuadro soy yo, pero podría ser cualquier otro”. Un hombre con
traje y cara de serio bebe vino del caro. En su mano derecha un puro
y en la izquiera un spray. La silla marrón, clásica, contrasta con
la pared de formas variopintas y colores alegres.
La mejor expresión que he visto de su
intención de liberarse de todo lo que huela a clasico sin dejar de
conservar la propia esencia del arte que practica.
Pero Pablo, como artista, está en constante evolución, y todo lo que pueda explicar de el en el presente no será más que una base sobre la que construyó su futuro.
No debe ser nada fácil que tu carrera dependa únicamente de tu inspiración, pero sé que no parará hasta que consiga, cuando menos, que su vocación le sirva para avanzar en la vida, que no tendría ningún sentido para el si tuviera que pasarla en una oficina llena de papeles viendo cómo las horas pasan en un tiempo que no corre a su favor.
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