Pero con la frente alta en lugar de
marchita. Volver, y encontrarte con que hasta el tiempo se salta su
costumbre de malhumorar al norte de un país que el resto del mundo
cree siempre soleado.
Vuelvo a reencontrarme con los
personajes principales de mi historia, y descubro que no son ellos
los que cambian si no yo, y que esa es precisamente la razón de que
a veces no los reconozca. Hay días que salgo a la calle y choco al
caminar y no sé si es el sol que me ciega o son mis ojos, que han
olvidado cómo mirar.
Pero basta con la sonrisa que dibuja un
recuerdo conjunto para comprender que, aunque la memoria es
caprichosa y nos hace creer a veces que el pasado no vale nada, que
nuestro cerebro es materia y la materia se deshace, el corazón
almacena. Basta con tres baños en el atlántico y un par de tardes
felinas para volver al origen, para tener fe de vez en cuando en que
no somos sólo figuras que se desplazan en el espacio y que se
deterioran con el tiempo. Que existimos, pero también somos. Y que
volver al punto de origen es también un estado mental. Un estado
neutro, donde la memoria te da una tregua para recuperar a la persona
desde la que forjaste tu yo actual y desde la que te convertirás en
tu yo en potencia. El estado utópico. El universo entero dentro de
un grano de arena. Casa.
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