Tal vez saber dibujar o componer música haría de mi vida una tarea más fácil. No tendría que escapar de mí misma escribiendo esa página en blanco que somos todos al nacer, dejando caer como un peso muerto puntos finales que no tienen sentido y que, sin embargo, ahí están, intentando separar mis mejores oraciones del resto de páginas llenas de caos para que no se infecten. Separar mi mejor gramática de todos los manchones de tinta que intentan esbozar el futuro que pretendo. Pero como ya he dicho, yo no dibujo, si no que escribo, y a veces no sé si lo que lanzo contra mis páginas son puntos o piedras, porque ambos duelen por igual.
Me gustaría tener la habilidad de construir. Si fuese ingeniera me dedicaría a tender puentes entre caminos y entre el pasado y el futuro. Si pudiera construir no tendría que preocuparme de normas ortográficas, podría pasar por encima de ellas. Podría mirarlas desde arriba con desdén y gritarles a los puntos finales que no tienen ya razones para existir. Podría ir hacia atrás y hacia delante entre las hojas y cambiar los finales que no me gustan o, mejor aún, construir historias sin final. Historias sobre héroes y heroínas que no fracasan nunca, ni en el amor ni en sus propias guerras.
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