sábado, 7 de junio de 2014

Rojo y verde el corazón

Son las 5 de la mañana. No llevo toda la noche en vela pero a veces tengo el sueño ligero y esta vez me ha despertado la llamada al rezo. Se encienden luces en la casa y escucho el ruido de las mantas al doblarse y posarse en el suelo. Y susurros. Le susurran a Alah que cuide de los suyos, mientras parte de estos aún duermen. No todos siguen el horario que marca el Mu'adhdhin pero seguro que será lo primero que hagan al abrir los ojos. Darle las gracias, alabarle y confiar después en que todo irá bien, Inchallah.
Mañana de bien, mañana de luz, que te dicen al despertar,. Y reciben el nuevo día con un desayuno contundente, pan, aceite, harsha, café y té. Sobretodo té, con menta y mucho azúcar, Servido desde un metro de altura, porque les gusta que el agua haga un poco de espuma al verterse. Bismillah.
Ya están preparados, con el estómago lleno, o quizá no, tal vez aún tengan hambre y sólo queda un trozo de pan, pero lo han puesto en mi plato, no sea que no me haya llenado.
Así empieza la jornada marroquí, con reservas suficientes de energía porque saben que el día será duro. Salen a la calle y no regresan hasta la noche, algunos porque trabajan a destajo y otros porque no trabajan pero salen a sentarse al sol, que por eso no les cobran y de paso se les dora la piel. Chocolate, canela, como sea que se llame ese color, moreno calle, del que aprovecha el cielo que está siempre despejado. Aunque abrase el sol, aunque la falta de un salario digno les hierva en la sangre, siempre hay razones para estar de buen humor, para darte la bienvenida en sus casas y ofrecerte hasta lo que escasea, marhaba bikom.
Las razones de su generosidad nacen en su propia naturaleza, la que les hace cocinar cuscus de sobra los viernes para dejarlo en la calle por si alguien pasa por su lado con el estómago vacío. O la que lleva a muchos coches todas las mañanas hasta la larga cola de taxis y buses para acercar a la gente al trabajo y que no lleguen tarde.
Después de unos meses aquí, consigo decir palabras y hasta frases, que me dan la entrada a su simpatia, aunque no es una puerta dificil de abrir. ¿Hablas Darija? ¿Te gusta Marruecos? Y mis bolsillos se llenan de papeles con números de familias dispuestas a acogerme en su casa.
Hace no mucho que llamé a la embajada buscando la manera de responderles de igual manera. Tengo una amiga en particular, una de esas que saltan por encima de culturas, tradiciones y maneras de vestir para quedarse contigo y escuchar con el corazón abierto historias de tierras para ella prohibidas. Estudia en la universidad, es inteligente y despierta y el corazón no le cabe en el pecho. Ama su país y todo lo que tiene en el, pero querría venir a mi casa, de visita, como hacen todos los amigos cercanos. Pero hay una cosa por encima de la que ella no puede saltar, las fronteras físicas. Esas que alguien ha puesto entre los 15km de estrecho que separan su realidad de la mía. No puedo devolverle toda su hospitalidad porque alguien de ahí arriba tiene miedo a que no quiera volver, al parecer el que esté estudiando en la universidad no asegura su retorno con suficiente contundencia.
A una semana de marcharme, sentada en una terraza de la ciudad imperial de Fez, me pregunté qué es lo que pinta sobre mi rojo corazón una estrella verde. Y entonces anocheció y el sol murió salpicándolo todo de rosas y naranjas intensos mientras desaparecía tras el mar, dando la respuesta a mi pregunta. Laila saída.




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