Son
las 5 de la mañana. No llevo toda la noche en vela pero a veces
tengo el sueño ligero y esta vez me ha despertado la llamada al
rezo. Se encienden luces en la casa y escucho
el ruido de
las mantas al doblarse y posarse en el suelo. Y susurros. Le susurran
a Alah que cuide de los suyos, mientras parte de estos aún
duermen. No todos siguen el horario que
marca el Mu'adhdhin
pero seguro que será lo primero que hagan al abrir los ojos. Darle
las gracias, alabarle y confiar después en que todo irá
bien, Inchallah.
Mañana
de bien, mañana de luz, que te dicen al despertar,. Y reciben el
nuevo día con un desayuno contundente, pan, aceite, harsha, café y
té. Sobretodo té, con menta y mucho azúcar, Servido desde un metro
de altura, porque les gusta que el agua haga un poco de espuma al
verterse. Bismillah.
Ya
están preparados, con el estómago lleno, o quizá no, tal vez aún
tengan hambre y sólo queda un trozo de pan, pero lo han puesto en mi
plato, no sea que no me haya llenado.
Así
empieza la jornada marroquí, con reservas suficientes de energía
porque saben que el día será duro. Salen a la calle y no regresan
hasta la noche, algunos porque trabajan a destajo y otros porque no
trabajan pero salen a sentarse al sol, que por eso no les cobran y de
paso se les dora la piel. Chocolate, canela, como sea que se llame
ese color, moreno calle, del que aprovecha el cielo que está siempre
despejado. Aunque abrase el sol, aunque la falta de un salario digno
les hierva en la sangre, siempre hay razones para estar de buen
humor, para darte la bienvenida en sus casas y ofrecerte hasta lo que
escasea, marhaba bikom.
Las
razones de su generosidad nacen en su propia naturaleza, la que les
hace cocinar cuscus de sobra los viernes para dejarlo en la calle por
si alguien pasa por su lado con el estómago vacío. O la que lleva a
muchos coches todas las mañanas hasta la larga cola de taxis y buses
para acercar a la gente al trabajo y que no lleguen tarde.
Después
de unos meses aquí, consigo decir palabras y hasta frases, que me
dan la entrada a su simpatia, aunque no es una puerta dificil de
abrir. ¿Hablas Darija? ¿Te gusta Marruecos? Y mis bolsillos se
llenan de papeles con números de familias dispuestas a acogerme en
su casa.
Hace
no mucho que llamé a la embajada buscando la manera de responderles
de igual manera. Tengo una amiga en particular, una de esas que
saltan por encima de culturas, tradiciones y maneras de vestir para
quedarse contigo y escuchar con el corazón abierto historias de
tierras para ella prohibidas. Estudia en la universidad, es
inteligente y despierta y el corazón no le cabe en el pecho. Ama su
país y todo lo que tiene en el, pero querría venir a mi casa, de
visita, como hacen todos los amigos cercanos. Pero hay una cosa por
encima de la que ella no puede saltar, las fronteras físicas. Esas
que alguien ha puesto entre los 15km de estrecho que separan su
realidad de la mía. No puedo devolverle toda su hospitalidad porque
alguien de ahí arriba tiene miedo a que no quiera volver, al parecer
el que esté estudiando en la universidad no asegura su retorno con
suficiente contundencia.
A
una semana de marcharme, sentada en una terraza de la ciudad imperial
de Fez, me pregunté qué es lo que pinta sobre mi rojo corazón una
estrella verde. Y entonces anocheció y el sol murió salpicándolo
todo de rosas y naranjas intensos mientras desaparecía tras el mar,
dando la respuesta a mi pregunta. Laila saída.

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