Quizás seas músico, o pintor. Fotógrafo, escultor, cartelista o dramaturgo. O trabajas incluso para la industria cinematográfica. Tal vez toques la guitarra como si no hubiese mañana en un escenario con un foco justo en frente que no te permite ver al público. Pero te da igual. Solo estais tu y tu medio de expresión. Ese instrumento al que sujetas como si fuera una persona, como hago yo con el bolígrafo. Porque sabes que te libera de tu pesada vida interior. Que es tu medio de sacar hacia fuera lo que te comprime por dentro. Quizás saques notas en lugar de palabras, como yo.
O puede que no sea una guitarra y sea un pincel en su lugar. Tal vez te liberes a brochazos entre colores cálidos cuando te enfadas y fríos si te sientes solo. Te sitúas enfrente del lienzo en blanco porque escuchas cómo te pide a gritos pinceladas de sentimientos reprimidos y líneas, o curvas, o rectas llenas de palabras que no saben cómo salir de tu boca.
Tal vez seas un filósofo tachado de loco, por cuestionarte la existencia más allá del ciclo y la cadena alimenticia. Por cuestionarte quien eres o quien puedes llegar a ser dentro de esta vida que ni tiene sentido ni parece querer tenerlo. Y tu mente se frustra porque no es capaz de negociar con el mundo.
O a lo mejor eres ese fotógrafo cuyo enfoque saca el punto de vista de lo más profundo de las cosas físicas, que parecen inertes y sin vida. Puede que tu instrumento sea la cámara y tus dedos los que presionan el botón para llenar de disparos este mundo tan vacío. Tan frío. Tan sólido.
Desde luego no eres escritor porque nunca querrías meterte en mi terreno, ni sentirte amenazado, ni hacer que lo sintiera yo.
Pero entiendes mi manera de comunicarme porque, aunque diferente, la tuya es la misma.
Tu carácter es un infierno. Se te va la fuerza por la boca cuando discutes y acabas lléndote de casa dejando tras de ti el eco de un furioso portazo. Pero yo me mantengo como siempre en mis trece. Pasas un día fuera, inmerso en la creencia de que eres tú quien tiene razón. Duermes en cualquier parte, quizás en casa de un amigo que crees que entiende tu relación agridulce conmigo. Pero pasas la noche sin apenas poder dormir y te despiertas con un ligero arrepentimiento. Sales de la casa y vas a dar un paseo por la playa, porque sabes que el olor a mar despeja siempre las ideas. Pero empiezas a echarme de menos porque yo no estoy contigo esta vez.
Aún así, haciendo honor a tu obcecación, vuelves a pasar la noche fuera.
Pero amanece, y el sentimiento de querer volver es más fuerte. Y te preguntas que estaré haciendo, pensando. Y lo más importante, con quien lo estaré pagando. Porque siempre te he dejado claro que mi paciencia tiene un límite y que, a pesar de lo muy comprensiva que puedo ser, sé que si algo me hace daño en la vida prefiero dejarlo ir en lugar de alargar más el sufrimiento.
Asi que vuelves a casa. Pero no dices nada. No pides perdón. Sabes que no importa porque puedo verlo en tu mirada y sobran las palabras. Y ves en mis ojos la amenaza. La advertencia de que, a pesar de que me gustas así, hay cosas que no siempre voy a estar dispuesta a aceptar.
Puede que tenga que pasarme el resto de mi vida enamorada de una idea de persona en lugar de una persona física. Paradójico es, como el resto de mi existencia, que no te conozca, o no sepa aún quien eres, y aún así no quiera estar con nadie que no seas tú.
Asi que coges la cámara, la guitarra o el pincel y fotografías, compones, o dibujas algo a tu manera y en señal de arrepentimiento.
Entonces por dentro sé, que aunque no vaya a decírtelo, hay cosas que a pesar de su precio, siempre estaré dispuesta a pagar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario